martes, 6 de julio de 2010

Digna indignidad


Desde muy pequeña ya apuntaba maneras. Y es que Diana, que es así como sus padres en comunión con Dios quisieron llamarla, no era una chica de lo mas corriente en el pueblo. Quizá fue así, porque desde antes de que comenzara a dar sus primeros pasos por la vida, tuvo enajenada la figura de su madre, que víctima de una terrible enfermedad fue a engrosar otro número, otra lápida, otro hueco, de aquel oscuro cementerio.
Era la segunda de tres hermanos, todos varones, e hija de un carpintero muy entregado a su profesión, tanto así, que la pobre Diana tuvo que hacer las veces de hija, mujer, e incluso chacha de la casa, a pesar de que tenia tres hermanos con los cuales la relación que prodigaba era la del mínimo contacto.
Sin duda alguna, vivía en el seno de una familia totalmente desestructurada que apenas le concedían un atisbo de cariño.
Mientras lavaba la loza en aquel fregadero del patio comenzó a acordarse de cuando su cuerpo por primera vez se estaba preparando para ser mujer, de como al ver que un extraño escape de color rojo por la zona genital le hizo llorar a mares temiendo de que podría ser algo grave y sobre todo, sin que en esos instantes pudiera tener el apoyo o cariño de los suyos sino todo lo contrario.
Y como esas cosas, tuvo que tragar miles en sus años de adolescencia pues en su colegio, las veces que podía asistir, sus compañeras la utilizaban como objeto de sus burlas y risas por como vestía tan masculinamente.
Lo mejor de Diana es que nunca dejó que eso le afectara y pudo proseguir su vida académica de una manera normal.
Con el paso del tiempo, ella reafirmó lo que todo el pueblo murmuraba a sus espaldas de una manera soez y en potencia insultante... la hija de Justina es tortillera.
Y si, la verdad que era el mejor plato que le encantaba cocinar, con sus patatas, su cebolla, su aceitito de oliva y sus huevos poco cuajados, pero no así le gustaba que se dirigieran a ella de tales formas, por lo que puso fin a tanto comentario homófono.
Su familia nunca aceptó las convicciones afectivas que Diana tenía, por lo que su padre decidió darle un ultimátum antes de que todas las personas de la zona marcaran su casa como punto negro. Fue ahí donde ella comprendio que nunca habría la posibilidad de ser una familia normal, de quererse como ella realmente quería quererlos, con sus virtudes y sus defectos, y en un momento casi tenia ganas de echarle en cara todos los años malos que había pasado ejerciendo un papel que a ella por su edad no le correspondía, pero al momento también consideró que sería como hablar al viento, y ese viento ya no tenía fuerzas para poder hacer llegar el mensaje.
Una mañana, temprano, su padre se levantó para ir a faenar y bajando a la cocina se encontró una pequeña nota pegada a un lado de la ventana. En esa nota había una fotografía antigua de su difunta esposa que cogía en sus brazos a un bebe enternecedor y tres pequeñuelos a su alrededor con cara de pillos, y justo al lado de esa estampa se encontraba él. En un pequeño espacio en blanco había escrita una nota con letras grandes en las que se podía divisar lo siguiente: en esa foto sonreíais, me queríais y pensé que eso jamás cambiaría a pesar de la muerte de madre. Hoy ese bebe vuela y se va de vuestro lado porque vosotros así lo queréis, ya que el que pueda llegar a amar a una mujer no os parece digno. Pues padre, gracias por haberme abierto la veda... para así poder vivir lejos con mi digna indignidad.