miércoles, 28 de noviembre de 2012

Siempre negativo, nunca positivo

Vaho en los baldosines de color marrón y amarillo claro, chorro de agua que va cayendo y desembocando en el desagüe, no sin antes cruzar la desnudez de Fernando. El albornoz le parecía esparto, pero era el único modo de secarse pues ya había pasado demasiado tiempo en estado semilíquido y las arrugas de las yemas de los dedos le anunciaban que llegaba el momento de volver al estado sólido. Con la mano, aun arrugada, dibujó un círculo en el espejo de la pared cubierto por esa lámina de vapor con aroma a champú y gel. Su cara se le antojaba cansada, solamente las bolsas de sus ojos y el negro de sus ojeras lo hacía presagiar. Feo, oscuro, malo, miedoso, no sabía pues como describir lo que el espejo reflejaba de él. Cadena Dial, anuncia una canción de un grupo de pop ochentero pero que nunca pasa de moda, y por unos momentos, los primeros acordes de esa canción le hicieron estremecer al igual que la letra salida por la boca de esa mujer… “El fallo positivo anunció, que el virus que navega en el amor, avanza soltando velas, aplastando las defensas por tus venas…” Como un monstruo, no dejó que esa música le envolviese y con un manotazo al transistor, lo apagó para que sus oídos no escucharan lo que no debían escuchar, según él. Aun con el albornoz y la sensación de esparto, tomó una taza de tila, y se puso a reordenar todos aquellos papeles impresos con índices, parámetros, números y diagnósticos finales en los que un signo negativo en negrita resaltaba más que todo lo demás. Un suspiro recorrió su cuerpo porque comenzaba un día más, un camino más que recorrer, eterna serpiente que con sus movimientos en s hacían chocarle una y otra vez en el mar de sus malos pensamientos y sus psicosomatizaciones, y que hasta la noche hasta meterse en su madriguera roja, no descansaba, y a veces ni eso. El amante de fuego que llevaba dentro, quería salir más severo que nunca y para calmar su piel, que no estaba enrojecida ni había eccema que sanar, cubrió con un montón generoso de crema hidratante lo cual parecía resultar un narcótico para la misma pues en momentos el amante languidecía aunque en otros seguía haciéndose notar. Se vistió, con sumo cuidado, buscando ropa que no le resultase incómoda y salió a enfrentarse a esa serpiente en la que siempre finalizaba agotado y desconsolado. Las gentes le resultaban extrañas a la mirada, pensaba que todos lo veían como lo que siempre se ha sentido, un bicho raro entre tanta normalidad. Un pies, delante del otro, mirada cabizbaja, sin prisa pero sin pausa, camino a buscar respuestas que casi nunca encontraba y que alimentaban mas a esa serpiente, a ese camino, lo hacían más grande, un mar de dudas que golpeaban su mente y avivaban a ese fuego amante. Una aguja, clavada en una vena, la misma de siempre, para que cambiar, ese liquido rojo aspirado y tras ese trance para algunos, ya para él algo normal, una vuelta por la ciudad. No fue como la primera vez, la cual peor, de oscuro atardecer, dando vueltas por la calle, antojándosele un café, que jamás probaba, quería que el tiempo fuera veloz, a ritmo de los latidos de su corazón y de los sorbos de ese café caliente, casi quemando y cuando llegó al lugar, una enfermera con pinta de ser simpática le dio la buena noticia. Respiró aliviado pero siempre hay un pero… y el pero era que siguiera alerta y volviera a repetirse esa prueba a los tres meses, pues una ventana larga le quedaba semiabierta a ese virus que le podía destrozar la vida. Una vez recorrido todo el camino hasta llegar al laboratorio de siempre, le tiraron la prueba a sus manos, como el que tira un periódico una vez dejado de leer, con desdén, escuchando a los de adentro… -el de siempre, bah psss- Si, Fernando el de siempre, subió a casa con el sobre en mano y saco el mismo papel, tintado y con el mismo parámetro de siempre. Lo archivó junto a sus siguientes 30 pruebas del bicho que destroza las defensas al paso por tus venas y se dejó embarcar por la furia de internet. Buscando y rebuscando, leyendo foros, confundiendo su mente mas confundida y ardiendo su piel cada vez más. Tomando pastillas, narcóticos, antidepresivos de todo lo que hubiera que tomar con tal de no sufrir los latigazos de una vida que no se le antojaba nada buena… nada positiva. Las salas de espera de los hospitales eran frías, grises, acompañadas de lágrimas, penas, olor a medicamentos, a veces a soledad, pero eran como su segunda casa. Los médicos, primos lejanos, que al verlo siempre esperando en un banco, lo dejaban para el final, pues bien sabían que tenía una enfermedad… una enfermedad en el alma. Los psiquiatras, bisabuelos de la mente, los dopaban y al tiempo parecían sanarle hasta que la píldora era totalmente digerida y el monstruo volvía a visitarle, de noche, de día, en la tarde. Tocaba sus brazos y eran pellejos que rozaban sus huesos, pues el hambre no dejaba paso a su boca, cerrada a cal y canto. Su alimento, todo y cada uno de los artículos que leía y releía consciente o no de que eso alimentaba su cuerpo de forma insana. La familia era algo más, le daba igual, vivía con sus padres pero eso no le importaba, se negó a la evidencia y el sufrimiento para él era lo que primaba. Una noche, lluviosa, cada gota caiga en un techo de uralita que en condiciones normales a cualquier persona le relajaba y le invitaba a dormir. Fernando no estaba para eso y en posición fetal, tirado en la cama, sudando a mares, repitiéndose mil veces que ese bicho le había picado y lo sentía… vaya que si lo sentía. Ha pasado tiempo desde esa noche, desde que ese camino en forma de serpiente no le pegaba el zarpazo venenoso que le hiciera caer. Han pasado cosas, buenas y malas, como a todo el mundo, ha vuelto a ducharse, a ponerse ese albornoz que de momento no era esparto en su piel, quizá sí que alguna vez visitó a aquel laboratorio, cuando la mente le jugaba malas pasadas. La hipocondría solapada en su depresión se deja ver alguna vez. De algún modo su vida para él, en todo, y a veces a Dios gracias siempre de modo negativo, nunca positivo.

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