miércoles, 14 de noviembre de 2012

Por qué no apagas el móvil... si mama ya no está.

No importa donde, cuando ni como te encuentres, si te cruzas con la oscuridad y eres débil, te absorbe, te atrapa y te engulle. Formas parte de ella y no ves la luz, hace que se pare tu reloj y ya no hay pila que te devuelva los pies al suelo. Era verano, no recuerda si hacia calor o ese pequeño frescor jovial que te invita a remojar el cuerpo. La primera vez que en mucho tiempo aquel joven, Jesús se llamaba, sentía que se había ganado un descanso pues el invierno fue duro, aunque si era para mejorar... bienvenido. Entre estanterías llenas de comida enlatada y otros productos, tomaba el carro de la compra como ya lo había hecho otras veces pero sin prisa, sin mirar la hora, sin ninguna necesidad que le apremiara a ser veloz y acabar cuanto antes. Al salir, un fogonazo le recorrió toda su piel, por dentro y por fuera, no preso del calor veraniego, sino de desesperanza, de miedo, de angustia. Hizo caso omiso a su cabeza, pues bien sabía que le fustigaba malas pasadas jugando al camino psicosomático por donde intentaba dirigirle, apretó el dispositivo de la llave de la puerta del coche ,la abrió y se adentró. -Vente corriendo, o ve a casa, quédate con Luna, le ha pasado algo a María y lleva tiempo en el hospital. Eso creyó escuchar entre sollozos... y se cortó la comunicación. Por un segundo el calor penetrante de su cuerpo, iba subiendo más y más hasta llegar a resultar incómodo. La llegada no resulto menos agradable pues a lo lejos se veía ese letrero verde, en lo alto de un edificio con muchas ventanas, ese “hotel que pagamos todos” y en el que a ninguno nos gusta hospedarnos. Había gente, y se apaciguo por unos segundos el fuego que le envolvía al roce frío que desprendía el aire acondicionado... como dos polos opuestos que se atraen. Su corazón latía pero a la vez una sensación de tranquilidad extraña le envolvió, se apoyo en una columna de la sala principal y mirando a la derecha, dejo caer una gota de su ojo al suelo. No eran buenas las noticias, los dedos de sus manos se juntaron, se entrelazaron y esa fue su actitud. - Tengo que comprarme un traje porque voy a una boda... y vosotros que, sois como zipi y zape, y ya ni nos vemos ni nada, tendremos que quedar... Ese pequeño recuerdo es el que le queda de su rostro, de su voz, de su sonrisa, de su TODO. Hacía probablemente un mes de aquello. La estancia en la segunda planta del hospital se hacía interminable, pasaban las horas y enclaustrada en una habitación anexa, por familiares y demás, no se dejaba entrever ni tan siquiera un poco de su silueta, aunque acostada. Acudía gente, como si fuera una fiesta, pero con la diferencia de que en lugar de entremezclarse sonrisas con alcohol, se unía el llanto con la tila. Las puertas del ascensor se abrieron y una señora bajita, de edad avanzada, con gafas oscuras y portada entre dos señores, andaba a pasos agigantados, veloz y con tez compungida, era la matriarca, y como se le podría hacer entender que sobrevivió a su semilla, que el ciclo de la vida en esa ocasión no fue cíclico. Temblaba, le habían arrancado el alma. Su corazón dejó de latir mucho tiempo antes de que todos llegaran, pero de algún modo pretendían tapar la realidad, quizás para suscitar un poco de fe en que María volvería. Pero no, ella viajó demasiado pronto, sin avisar, sin dejar una nota, con un billete de ida, no retornaría, no habría mas sonrisa que ver, mirada que observar y TODO que algunos admirar. Tres días en los que Luis, su compañero en la vida aguantó entereza, pésames, lágrimas propias, y de los que allí se encontraban acompañándole, abrazándole en el dolor y apoyándole sin poder hacer mas... ya no se podía hacer más. Un periplo que Jesús, el chico que por una vez pensó que se había ganado el verano por aguantar el invierno, se le hizo agridulce. Los campos de trigo dorado que se movían al son del viento, ardieron, no quedo tallo que recuperar, se había llevado con ella una parte de su mente, dejó un vacío y de algún modo tendría que marcar o dejar huella en su cuerpo. Pasado el trance de la sepultura, Jesús arrancó su coche, ya sin la quemazón en la piel, se fue alejando del jardín de lápidas y flores de plástico, sereno, pero con rabia porque en el fondo de su corazón sabía que no era momento de viajar para no volver, que ese avión no era para ella, pero que cogió embarcándose sin llevarse a nadie... sola, dejando tristeza y desolación. Ahora la mente de Jesús tendría que hacer ademanes para recordar los momentos vividos, pocos pero intensos y a veces de camino a casa lloraría como un niño al volante, escuchando música para la ocasión. Me lo encontré por la calle, cabizbajo y con las manos en los bolsillos. Portaba una boina aterciopelada, una camisa verde y un pantalón vaquero... le pregunté, que tal le iba... me contestó solo esto... “sabes Pablo, a veces me imagino a María, allá donde este plasmada en un lienzo de fondo oscuro sentada en una roca y su silueta pincelada de azul, por su cara resbala un fino camino del mismo color, mirando hacia un lado y diciendo con voz baja y rasgada... yo no quiero estar aquí. Los niños bien pero el mediano le dice al mayor, por qué no apagas su móvil si mama ya no está...

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