viernes, 25 de junio de 2010

Estío


A la apertura tenue de los ojos pude descubrir lentamente que un nuevo día se presentaba a mis pies.
Subí la persiana todo lo rápido que me dejaba el estar aún adormilado y en ese momento descubrí una explosión de color a la vista y al tacto que, a punto estuvo de cegarme durante unos minutos. Abrí la ventana y allí estaba, radiante, caliente, agobiante, refrescante... el verano.
Es una palabra que en cierto modo produce regocijo y alegria cuanto más se van agotando los días anteriores a su llegada. Cambiamos los pañuelos y las pastillas de resfriados, por las chanclas y los helados, en fin, para muchos es la mejor época del año.
Tu piel, comienza a adaptarse a las grandes cantidades de sal que van a tener que hacer frente y nos pide el razocinio interno de intentar adquirir algun mejunje para poder protegerla e hidratarla. Otros optan por achicharrarse vivos hasta el punto en que nuestra fiel amiga piel se nos enfada y rechista en forma de dolor.
Pero lejos de todos estos topicazos veraniegos, de fiestas por doquier, de desfases, de vacaciones a los sitios mas recónditos del mundo (quienes se lo puedan permitir), yo quiero acordarme muy especialmente, nuevamente repetirme lo sé, de alguién que ya dudosamente podría esbozar una carcajada si le leyera algo de lo que he podido haber escrito durante el tiempo que llevo en esta andadura... mi querido abuelo.
Y es que el estío en mi vida diaria últimamente esta bastante enrarecido, descolorido y carente de alegría. Indudablemente la muerte es la peor compañera que uno puede encontrarse por este largo camino y tumultuoso que nos toca vivir, que en otras culturas muy alejada de la nuestra la ven como algo milagroso, porque formas parte de otro mundo mucho mejor, pero su mundo estaba con nosotros, con quienes lo queriamos, con quienes lo respetábamos.
Titulo este relato como Estío, y sinceramente el toque claroscuro que posee vendria mejor encuadrado al invierno que es como más frío, pero también sé, que en cualquier lugar donde se encuentre mi querido abuelo, querría que se le recordara como esa estación, con su calor: por su humildad y cariño que nos tuvo, con su algarabía: por sus formas de querernos arrancar una risa de los labios, con su color: porque por muy mal que nos vinieran dadas, él siempre intentaba quitarle algo de peso a la cosa, a pesar de las rabietas y cosillas que la edad hace que a veces a uno se le agrie el carácter... es de humanos.
Soy poco objetivo porque hablo desde el corazón y para cada uno lo mejor es lo suyo, dando poca importancia a los errores cometidos, pero por ello yo no quiero ser menos y poder decir que para mi y los suyos el mejor era, es y será siempre él.
Siento, ante todo, que últimamente haya habido un largo espacio de tiempo entre relato y relato, pero las circunstancias me hacen ser demasiado repetitivo puesto que en mi cabeza, rondan recuerdos y anécdotas buenas de Juan, mi abuelo, y al querer plasmar mis sentimientos en este espacio en blanco todo resulta ser demasiado triste, y no es menester.
De camino a la capilla, detrás del coche funerario, mi madre, mi padre, mi tia y yo, unas lágrimas de despedida y sin duda alguna una paz interior, porque como el ciclo de una flor, nació, creció, brilló y desgraciadamente marchitó al final de la primavera... para darnos paso a la alegría del estío, del verano.


En la fotografía, Juan Rubio Naharro... aquel que fue buen hijo, buen compañero, buen padre y sin duda alguna mejor abuelo.

1 comentario:

  1. La figura de los abuelos es imprescindible para vivir. Nos quieren, nos ayudan, nos enseñan, son sabios, y un día se van y nos dejan en el alma un hueco de soledad inmenso.¡Enhorabuena! por ese recuerdo a tu abuelo que puede representar al de todos. Gracias por compartirlo.
    Javier

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