lunes, 14 de junio de 2010

Mente coloreada


Un vaso de agua y dos píldoras sobre su pequeña mesilla de noche, es lo primero que ven sus dos ojos cuando vuelven a la dura realidad una vez que han saciado el cansancio del día anterior.
Se sonríe mirándose al espejo del armario diciéndose a la vez que difícil sería la vida sin ese par de medicamentos compactos y tan pequeños. Da un trago al agua y se mete ansioso sus pastillas en la boca para volver la cabeza ligeramente hacia atrás y así puedan correr mejor por la garganta mojada.
¿Que me pondré hoy para salir a la calle?... Dijo con voz suave mirandose fijamente en el cristal reflejante.
Y escogió un disfraz de payaso. Raro, pero es lo que en realidad él siente a pesar de ponerse cualquier tipo de prenda... un mero payaso de circo... cuyas opiniones no cuentan para nada, cuyos actos quedan en saco roto y que en definitiva es como un ente que pasa por la vida sin pena ni gloria.
Él es así, fuerte de carne pero duro de mente... una mente que se estancó el día en que nació, un vagón que a pesar de ir enganchado a otro vagón semejante, va por libre haciendo descarrilar a todos los que están a su alrededor viajando en círculo, como su mente.
¡¡¡Necesito ser feliz¡¡¡... volvió a decirse frente al espejo con ese disfraz de payaso interior y atusandose la peluca azul.
Por un momento creyó serlo, cuando en sus manos cayó una entrada al exterior sin apenas tener que pisar un palmo de la calle, donde poder contemplar como sus semejantes se podrían querer, podrían llorar, podrían reír, podrían mentir y toda una larga lista de "podrían" que más de una vez tornaron su alegría en llanto y viceversa... en realidad nunca llegaría a ser feliz con aquel trasto negro.
¡¡¡Quiero un amigo¡¡¡... se dijo pegando un puñetazo a ese espejo que estaba mostrando el reflejo de lo que nunca quiso ser ni ver.
A su edad aun mendigaba atención y no era muy mayor pero tampoco muy pequeño. Su carácter tan especial, hizo sin pensarlo un socabón enorme, que a pulso fue cavando a lo largo de todos sus años, sin haber aprendido la lección de que su mejor amigo era él mismo y sin duda era quien mayormente le defraudaba, su misma persona.
¡¡¡Necesito que me quieran¡¡¡... voceó hasta corrersele la pintura roja de los labios.
Solitario, como estaba predestinado que viviera, nunca supo que era querer y ser querido, pues a todo el mundo ponía defectos sin pararse a pensar que uno mismo podría ser víctima de los suyos propios.
Se calzó los largos zapatones de un color distinto cada uno, apagó la luz de la mesilla y desenchufó el trasto negro que tantas alegrías debiera darle y daños le obsequió. Abrió la puerta de la calle y una ligera brisa le rozó su peluca rizada azul. Adelantó el primer pie calzado de color rojo y le prosiguió el de color verde. Miró de un lado a otro alertado de que alguien le pudiera estar echando uno o dos ojos y con paso veloz siguió su camino... un camino en dónde su mundo coloreado no dejaba paso a la realidad... una realidad coloreada igual que su mente.

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