jueves, 20 de mayo de 2010

Amor símil


Tras la plazuela, se levantaba álgida y casi esplendorosa una montaña que a simple vista parecía pequeña, pero que a medida que te ibas acercando a ella se te hacia un mundo frente a ti. En ella, habitaban cuántas especies vegetales te podías imaginar y de todos los tipos, desde el árbol mas frondoso hasta el mas escuálido, con hojas cuyas formas invitaban al recreo de las mentes más sofisticadas... en fin, nos encontrábamos dentro de un jardín que parecía una ciudad vegetal.
De entre tanto árbol majestuoso se encontraba uno que parecía ser aquel que no quiere nadie, el mas apartado de la urbe, y el que sin duda alguna era objeto de todas las burlas y chismorreros que algún que otro pino lenguarón se dedicaba a ir corriéndolos de hoja en hoja.
Ese árbol en cuestión era un eucalipto, que cuando lo mirabas te dabas cuenta de que tenía algo que lo hacia distinto a las demás especies que allí habitaban, y receloso de su vida, no abrió el pico ni tan siquiera para desmentir aquellos infundios mal habidos.
Provenía de un vivero un tanto lejano, o al menos eso era lo que marcaba la etiqueta que le colgaba a modo de collar en la parte alta del tronco, y lo dejaron casi abriendo paso al descampado después del jardín de bellezas, por así decirlo. Desprendía un olor a resina que embriagaba a cualquiera que pasara por su lado, y sinceramente a mi eso, me excitaba mucho, para que negarlo.
Eucalipto, era de naturaleza melancólica, o eso es lo que yo, siendo un cerezo, pude deducir cuando me atreví en la noche mas oscura, acercar mi susurro hasta su copa.
Al principio pensé que me llevaría la callada por respuesta a lo que yo le preguntaba, pero cual fue mi grata sorpresa que en un momento se formo un remolino de viento a modo de replica por lo que yo tuve a bien preguntarle todo tipo de cosas con el fin de intimar más.
Tres o cuatro hojitas pequeñas de color rosado calleron a pie de mis vetustas raíces, que al mirarlas me hicieron comprender el motivo por el cual ese pequeño árbol se encontraba así.
Pasaron muchos años, y el pequeño eucalipto paso a convertirse en una hermosa pieza que servía de refugio para los amantes acalorados de pasión y para los ancianos que buscaban guarecerse del chaparrón que les había cogido de imprevisto por la calle.
Yo, continuaba siendo un cerezo, el mismo de siempre, casi inmortal, aunque después de los cambios tan bruscos en cuanto al tiempo durante el pasado verano, mis frutos rojos no nacieron como debían y por tanto no fueron recolectadas para servir de alimento a aquellos pequeños monstruitos con pies y manos, que vivían en casas cuadradas de varias plantas y que razonaban bastante bien... bueno unos más que otros.
En fin, el eucalipto y yo nos hicimos amigos, muy amigos, tanto así que solíamos hablarnos en ese lenguaje tan especial que solo él y yo sabíamos y que a más de uno les producía un nervio constante y a veces incluso hasta rechazo, por no saber a ciencia cierta que nos decíamos y que por tanto les resultaba sospechosa tanta palabrería y galanteria por parte de ambos.
Durante todo este tiempo jamás pude comprender porque las demás especies podían tener tanto odio a tan bonito elemento natural y como consecuencia muchos de aquellos pajarillos que venían a desparasitarme en épocas de hormigas u orugas... dejaron de hacerlo sin más ni más.
Incluso sentía que el agua de los aspersores que timidamente llegaba entrado el sol, seguía los pasos de tales desplantes y apenas me mojaban un poco la tierra en la que yo me encontraba enclavado.
Dos días después, muy temprano, escuché un horrible tumulto que me hizo temblar, tanto así que varias de mis hojas salieron despedidas al suelo... con lo que me había costado hacerme el peinado de turno.
Era algo extraño, porque las copas de todos los arboles, tanto los más voluminosos como los más altos se movían de un lado para otro llevados por la fuerza de un fuerte viento que los casi arrancaba de sus lugares. Esos movimientos despedían silbidos a modo de llantos un tanto suaves pero que a medida que el viento se iba haciendo mas intenso, los llantos se acrecentaban. No cabía duda de que algo malo había pasado, y yo, sabio de mi, intente comunicarme con el eucalipto pero parecía ser tarde.
Dos helechos me explicaron que por culpa de ese árbol a quien yo tenia tanta estima, se habían muerto victimas de la putrefacción el pino majestuoso y unas cuantas especies más, y que por eso todo el jardín estaba tan revolucionado y tan mal.
Mis oídos no daban crédito a lo que yo estaba oyendo de las voces de esas dos hierbajas que encima eran hermanas de un girasol, que cuanto menos perdía aceite por sus pipas... ya me entendéis, y que como tal, era bastante cotilla y pecaba de mentiroso.
Pero es que eucalipto no estaba ya allí, en su lugar apartado, solo quedaba la marca que se encontraba en el tronco... no había ni rastro de él.
La mala lengua del girasol, me explicó que todo aquel que quisiera crecer al lado de un árbol de tal magnitud estaba condenado a morir y por tanto no seguir el ciclo de la vida hasta el final, y que por ello lo tuvieron que talar. Y que según las leyes de la naturaleza no se concebía en ningún caso que un árbol tan canalla y que para nada se asociaba con las características tan asombrosas como las que yo poseía por el hecho de ser un cerezo, podría estar unido a algo así, ya que existían rumores de ciertos acercamientos mas allá de lo íntimo.
En ese momento me sentí morir, por dos motivos: el más importante... que se me había ido el ser más maravilloso que jamás había conocido, con el que estaba comenzando a sentir algo más y que ahora nuevamente volvía a sentirme sólo y el segundo era que odiaba a muerte a esos musgos cotillas que en lugar de preocuparse de no ser objeto de adornos en las navidades venideras, solo se preocupaban de levantar calumnias y meterse donde no les llamaban... querría matarlos¡¡¡.
Que injusta es la vida, y por cuantos caminos malos nos lleva: yo encontré a alguien con quien comenzaba a entenderme, donde comencé a labrar un camino hasta llegar a él, cuyo lenguaje me fue difícil de aprender, pero lo conseguí, hasta el punto de llegar incluso a sentir que necesitaba estar a su lado y ver rozar sus ramas en mi tronco delgado... y ahora seguro que ya es pasto del fuego...
Sin duda alguna, yo hubiese preferido sentir los efluvios de la muerte motivado por eucalipto, entrando por mi escuálido cuerpo de madera y caer muerto a sus raíces, dejándole reposando dos cerezas a modo de agradecimiento por todo lo que él me dio... porque es muy duro que te arrebaten lo que tu más quieres... no tanto así es morir por amor.

1 comentario:

  1. Original y tierno relato ubicado en el mundo vegetal. ¡Enhorabuena!
    Un abrazo.
    Javier

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