jueves, 13 de mayo de 2010

A ese cuerpo pegado


Miguel era un chico feliz. Tenía todo lo que una persona a su temprana edad podía soñar, desde buenos amigos, un buen expediente académico, incluso llego a ser el más popular de la clase, llevándose a todas las chicas a sus bolsillos. En fin, podríamos decir que puertas para afuera era el hijo que toda madre con afán de protagonismo quisiera engendrar.
Lo más trágico de todo ello, es que ajeno todo su alrededor, cuando Miguel se situaba detrás de esa puerta que lo separaba del mundo y la sociedad en definitiva, se iba disipando poco a poco hasta sentir flaquear todas sus fuerzas. En ese mismo instante en que su vida parecía mas bien pertenecer al aire de la sala en donde se encontraba, hacia acopio de las fuerzas que le quedaba y de un sobresalto se dirigía al baño para unos cuantos minutos verse reflejado en la ventana que todo lo ve.
Y en esa ventana, solo se veía fealdad, horripilación, sensacion de asqueo a sí mismo, y sobre todo un cúmulo de grasa que bordeaba toda la silueta de tan modélico chaval, que le hacia sentirse el ser más desgraciado del universo.
Cuanto más se veía al espejo, más miedo se daba a sí mismo y se preguntaba sin conseguir respuesta alguna el por que se habría convertido en un monstruo de tales características.
A estas alturas, no cabía duda de que el chico estaba sufriendo un trastorno depresivo por no encontrarse bien consigo mismo, quizás debido a su aumento de peso considerable durante varios meses.
El hecho de ser un ídolo de masas, a una escala un tanto baja, y que en el instituto fuera la persona más popular, había dejado en él un buen sabor de boca a la par que amargo.
Todo eran fiestas, chicas, estaba solicitado para cualquier evento de cualquier tipo, siempre le pedían consejo por muy tonto que pareciera, en fin, era el más mimado.
Llegó incluso a creerse que era el rey del lugar con tan mala fe que incluso dañaba a los que por el contrario no opinaban como él o no sentían que lo tuvieran que adorar tanto.
Pero todo tiene también su parte negativa, pues el desfase en las fiestas, las malas compañias, los horarios descontrolados y las ingestas masivas de sustancias con una mala alimentacion dicho sea de paso, convirtieron a ese ser casi intocable o mítico para los chavales de la época en una replica mala de lo que pudo ser y no fue ni sera.
Ahora su día a día era a duras penas un suplicio, pues podía pesar mas de 100 kilos. Su ropa, esa con la que encandilaba a muchas y muchos curiosos que lo veían y se atrevían a decirle que nadie como él podría llevar algo así maravillosamente, fueron pasto de los baúles que su madre dejaba en el cuarto trastero, para dar paso a prendas mucho mas holgadas, y que lograran tapar tanta protuberancia grasienta de su cuerpo mórbido.
En el instituto ya no fue el más aclamado sino el más suscitador de lástima e incluso alguna vez motivador de burlas hacia sí mismo pues se comprendió que aquel que movía encantos y sonrisas, ahora estaba enfermo y muy solo, ya que su mente no estaba preparada aun para hacerle entender que por mucho tiempo tendría que aprender a ser feliz en esas circunstancias y sobre todo estar... a ese cuerpo pegado.

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