lunes, 24 de mayo de 2010

Vida alicatada


Frente a la casa de la señora Eugenia, tras el pastizal que su marido usaba para darle de comer a los cuatro burros escuchimizados que poseían, existía un camino que desde bien pequeño siempre inundó su curiosidad y que a medida que fue creciendo esa tentación que el diablo le mandaba despiadado, se acrecentaba más aun.
Así pues, en el momento en que la señora Eugenia hiciera acopio de su malograda voz y nos deleitara a todos los pobres que estuviéramos a pocos centímetros de distancia su tan temido gruñido hacia su marido, sería su oportunidad de oro para poder posar sus pies sedientos de quien sabe el que.
Contaban las malas lenguas, que ese camino desembocaba en una despojosa casa hecha con basuras, que olia a tigre y que estaba habitada por ánimas malditas con gula de perversión y destrucción a todo aquel que se dignara a molestarlas.
Otras en cambio, supongo que las más centradas, cosa que le parecía imposible en un pueblo de tal calibre, decían que simplemente era refugio para los amantes que en noches de fiestas o de luna llena iban a demostrarse todo su amor despojándose de sus respectivas enaguas que les cubrían el cuerpo para así dar rienda suelta a todas las fantasías pervertidas que en otros momentos no se podían dar a conocer.
Él en cambio quería saber que es lo que se podía encontrar allí, y pasara lo que pasara se quería quitar ese gusanillo, así es que se dispuso a echar un pie hacia delante y otro hacia atrás de forma seguida hasta llegar al camino.
Se quitó de sus oídos un pequeño bolindre hecho con miga de pan y leche, que su abuela le enseñó como remedio a los que perturban la tranquilidad del señor y de una servidora (palabras dichas por su propia boca) y como las personas mayores siempre dicen la verdad excepto cuando las pobres, en la senectud mas severa no tienen la cabeza en su sitio, pues le hizo caso y se los robó un ratito... total, la pobre anciana no los echaría en falta hasta la hora en la que su cuerpo retozara en el colchón y su marido le quisiera amenizar la noche con unos cuantos sonidos nasales que más de una vez les ocasionó un disgusto.
Sus ojos comenzaron a chispear, y no lágrimas precisamente, sino más bien una mayor curiosidad y afán de conocer, al ver lo que tenía frente a sí mismo: Era una bonita casuela¡¡¡¡
O sea que las opiniones infundadas por las alcahuetas del pueblo de momento no tenían validez ninguna.
Se fue acercando poco a poco y de forma sigilosa hacia la puerta. Cogió el pomo de ésta y lo notó bastante frío, casi podría decir helado, por lo que pudo deducir que la casa llevaba abandonada mucho tiempo y que por allí no pasaba nadie.
Timidamente giró el pomo y como quien no quiere la cosa la puerta se abrió para dejarle contemplar una inminente entrada con unas escaleras de caracol doradas que parecían dar a parar al piso de arriba.
Pero allí había algo más que llamó su atención... y es que se respiraba un ambiente un tanto tenso, como si los inquilinos que hubiesen estado viviendo allí no acabaran bien y al final optaran por marcharse a otro lugar.
Justo encima de la chimenea, que por cierto, era la más grande que había visto en su vida, se encontraban enclavadas dos baldosas a cada lado de dicho horno para calentarse uno en noches de frio, en las que se podía leer en una feliz y en la otra algo así como mente. Era obvio que si se juntaban las dos baldosas se formaba la palabra felizmente.
Su curiosidad fue tal que se adueñó de una pequeña escalera que había posada en una estantería y se dispuso a coger una de las baldosas, poniéndola después encima de una mesita que se encontraba en medio de la chimenea. Hizo lo mismo con la segunda, pero cuando intentó unirlas para formar esa palabra, cual fue su sorpresa que cada una de ellas salió disparada como si de un imán que se repele se tratase, haciéndose añicos contra la pared. Tal fue el espectáculo, que salió despavorido del lugar y jamás volvió allí.
Pasaron los años y su vida se fue complicando con problemas que jamás pensó que podría sufrir, ya no fue nada igual, incluso perdió amistades, ilusiones, amores, todo para él se convirtió en una mera utopía de lo que pretendió ser su vida y jamás le supo encontrar el motivo.
Un día, una de las chafarderas del pueblo le comentó que una prima suya que vivía en la aldea de al lado, tenía nociones de brujería y que le podría consultar, previo pago de una cuantía jugosita, su mala fortuna.
Él no era muy creyente de estas cosas, pero la desesperación le hizo pensar que algo me podría ayudar y se puso en sus manos al son de de perdidos al río.
Después de desembolsarle siete mil pesetas por una simple piedra que hubiese encontrado en los caminos donde sacaban a las cabras , esta mujer le comentó algo asi como: Tu vida seguirá siendo un malestar continuó puesto que entraste en lo prohibido, profanaste lo más íntimo e incluso quisiste cambiar el sentimiento de alguien a quien ya no se le podía cambiar. Aplicate el cuento hermano, pues meter el hocico donde no te importa, a veces juega malas pasadas y sin duda alguna, tú y nadie más que tú saldrás perdiendo en todo ello.
No estaba perplejo ante tanta verborrea que le echó la buena mujer por llamarla de alguna manera al pobre curioso, y rematando la faena le dio el siguiente consejo: y como punto final te diré algo, deja las baldosas de los demás que estén equidistantes si ellos consideran que deben estar asi... mejor que cada uno se preocupe de las suyas porque baldosas de ese tipo o peores... tenemos todos en nuestras vidas alicatadas.

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