jueves, 29 de abril de 2010

A tientas por la vida


Se despierta casi de madrugada, cuando todavía el sol no ha hecho aparición, con el fin de señalar a todas las gentes que un nuevo día esta llegando, y que hay que trabajarlo.
Él no tiene prisa, vive en su mundo, y eso le da veda abierta para tomarse el tiempo como le venga en gana porque total... nadie le espera allá tras la puerta roja de metal.
Medio desaliñado, comienza a desincrustar sus frágiles huesos uno por uno y despegándolos de las ásperas sábanas que lo arroparon durante la noche tan fría. Y cuando parece ser que su escuálido cuerpo comienza a tener una forma un tanto más agradable... dentro de lo que cabe esperar... se le esboza una sonrisa y a uno de sus compañeros se la regala junto con un
-buenos días¡¡¡¡.
Después, coge su arrugado jersey de lana con un agujero bastante grande en una manga y se dispone a ponérselo. No se apura en que se lo vean los demás, pues los que son pobres no tienen tiempo ni para eso y tras ello cogió el pantalón vaquero marrón oscuro y se lo puso lo mas rápidamente. Se calzó sus sandalias y bajó a los baños.
Frente al espejo hubo un momento de silencio, como casi siempre, y una mirada reflejada en aquel marco reflectante que mostraba la figura de quien se estaba mirando... ese era él.
Por un momento comenzaron a atizarle por la cabeza pensamientos pasados de lo que no fue pero pudo haber sido, y eso era algo que le martirizaba siempre. Por ello, lejos de querer permanecer así por mas tiempo, abrió el grifo de agua fría, cogió sus manos ennegridas por la mugre y las llenó de ese agua cristalina para estampársela en su cara y así aullentar a aquellas ánimas que no hacían más que hundirle muchisimo. Pues él siempre hubiese querido ser ministro, abogado, policía o alguna profesión de las que daban popularidad a las personas, y lo único que consiguió fue transformarse en tan poco tiempo en un mísero mendigo.
De su bolsa sacó una pequeña bandejita de mantequilla, supuestamente robada del comedor del otro día, la puso al lado del lavabo, la abrió y seguidamente con los dos dedos tomo un trozo de esa grasa animal y como quien no quiere la cosa, comenzo a pasársela por todo el cuero cabelludo hasta hacer una especie de fijador del pelo... a mi parecer algo bastante repugnante pero que visto en su persona le hacía tener un pelo bastante brillante y firme... ahora entiendo porque se le acercaban todos los pájaros a picotearle su cabeza...
Sonó la señal de que todo aquél que estuviera en las dependencias tendría que dejarlas en menos de tres minutos... pero a él le sobraban por lo menos dos.
Cogió su petate y salio al vestíbulo... otra vez lloviendo, se dijo a sí mismo... y con las mismas, abrió un destartalado paraguas que encontraría en algún basurero y comenzo a andar por las calles de Badajoz. Había comenzado su andadura para ver si a la hora de la comida podría tener un trozo de pan que llevarse a la boca por lo menos.
Era curioso pues casi siempre que el señor, muy amablemente, le instaba a la persona para que le hiciera el favor de darle una pequeña aportación para comer y dicha instancia era denegada, se lo llevaban los demonios diciendo: jodidos drogatas, nos están rompiendo el negocio... Y es que él había sido de todo, desde que su mujer e hijos lo abandonaran por sus continuas adicciones al alcohol y por tanto la mala vida que les daba a su familia.
Siempre se atribuyó las culpas y eso le honra pero ahora va de buena gente, no tiene trabajo como la mayoría, y lo único que puede y sabe hacer es pedir por las calles.
Un día, de camino a algún caserón abandonado donde pudiera guarecerse del frío, cabizbajo y el semblante triste porque nadie le había echado una mano, se encontró con la figura de un animal que parecía ser un perro. Un perro que estaba el doble de escuálido que él y que parecía haber sufrido maltrato físico por algunos gamberros sin sentimiento alguno.
Le acercó un trozo de pan envuelto en papel de plata y el perro aun reacio, se fue acercando poco a poco hasta alcanzarlo y así pedir la mano de el señor para que le acariciase.
-Lo llamare pulgoso, aunque se que no es muy ideal pero me gusta ese nombre. Le puso una cuerda de tender la ropa sobre el cuello y comenzó a formar parte de la familia del señor.
En ese momento la sonrisa del mendigo se tornó mucho más brillante y esperanzadora al fin, puesto que hasta hacia pocas horas, había estado penando y mal viviendo solo y ahora al menos, ya tenía un compañero, pues a veces es mejor tener un animal a tu lado que alguién que se transforma en un animal con el tiempo. Comenzó a sentirse persona... comenzó a sentirse un señor.
Un señor que antaño quizá lo tuviera todo, un señor que seria la envidia de cuantos lo adoraban o aclamaban, un señor lleno de gentes que le querían... pero que hoy por hoy es un señor con un perro escuálido como él, y que va a tientas... por la vida

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