miércoles, 31 de marzo de 2010

A Valentina


De niña debió de ser de armas tomar, a juzgar por como se desenvolvió frente a ciertos momentos de la vida.
Nació bajo el seno de una familia bastante humilde en un pueblecito cercano a Badajoz, y tenía varias hermanas. Pero Valentina era la que más destacaba entre todas las demás. Tenía algo que la hacía diferente, y era su afán por sacar de quicio a cualquiera que se le pusiera por delante y sobre todo su amor incondicional a su familia que por ella daba la vida.
No supo leer ni escribir, debido a que el azote desolador de la Guerra Civil, destruyó todo lo que se puso por delante, incluso las ilusiones de poder avanzar en la vida, y a ella le toco lo mismo... trabajar desde muy joven ante la situación tan precaria que sufría su familia.
Pero además de trabajar, ella era bastante coqueta y le gustaba presumir mucho delante de los chicos que en edad de mocearse, la increpaban con bonitas palabras que ella las guardaba metiéndolas en sus bolsillos para así poder escucharlas cuando ella quisiera: -A nadie le amarga un dulce¡¡¡, era lo que decía cuando alguna de sus compañeras de fábrica le hacían ademanes con toques de envidia... supongo que sana.
Cuando el terror dejó paso a la incertidumbre y un tanto a la serenidad, Valentina junto con su familia se trasladaron a la ciudad, buscando quizá una vida mucho mejor.
Ella tenía 24 años y en su cuerpo se dibujaban las curvas y protuberancias de la mujer lozana de la época y su larga melena negra que se recogía con orquillas a la hora de hacer las faenas, ponían loco a más de uno... Y entre tanto hombre a sus pies, uno cayó bajo la tierna mirada de la mujer que sin duda le haría ser la más feliz del momento.
Muchas penurias, comienzos difíciles pero la alegría les llegó con el primer hijo, siendo una niña a la que pusieron de nombre Maruja. La envidia de todas las del lugar y como no el amor de toda madre primeriza que para ella era lo mas grande que Dios le había mandado.
Después le siguió Eduarda y Carlos, el primer hijo varón que más alegrías le había dado por el momento.
Pero por casualidades un tanto drásticas en la vida, no todo fueron alegrías... puesto que esos niños se quedaron sin padre muy pequeñitos... un acontecimiento que casi consigue nublar la razón a Valentina pero que sacó fuerzas de donde no las había para sacar a sus tres hijos queridos adelante sin necesidad de tener a nadie al lado, si no es porque la quisiera.
En aquellos años de cruda represión tras una dura contienda sangrienta, habían muchos prejuicios que hoy en día nos parecen absurdeces pero que por aquella época eran casi pecados capitales. Pero muy poco importó eso a Valentina porque se volvieron de llenar de ilusión sus ojos y su corazón se alteró de nuevo al ver a un joven con aroma alquitranado y de aspecto bonachón que provenía de otro pueblecito cercano a la ciudad.
Ella al verlo se quedó prendada y ni corta ni perezosa le preguntó su nombre... el hombre que carecía de una agudeza visual normal, se guió por esa voz que le pareció la mas bonita que había escuchado en mucho tiempo y le dijo que se llamaba Juan.
Y desde entonces no se separaron jamás, hasta el punto que poniéndose el mundo por montera y ajenos a los comentarios que podrían surgir sobre Valentina, recién viuda y con otro hombre a su lado a quien quería con locura y el sentimiento era recíproco doblemente y a quien no le importaba que con ella hubiese una pequeña familia detrás, quisieron engrosar más el número de hermanos y les nacieron por partida doble unas criaturas de las cuales desgraciadamente solo una pudo tirar para adelante, pero otra permaneció fuerte y dura, pues los genes de Valentina estaban muy presentes en él. Decidieron ponerle el nombre de su padre Juan. Sin duda la alegría de aquel padre que portaba con sus manos parte de su alma y de su ser. Algunos años después, el regalo les llegó en forma de niño, al que decidieron llamarlo Rafael. Un niño muy alegre y simpático que con el tiempo se convirtió en un hombre valiente, honrado y muy apegado a su madre a la que quiso como el que más.
Valentina estaba de nueve meses de quien sería su ultima adquisición familiar, y feliz porque siempre tuvo lo que ella soñó a pesar de las penalidades que pudieran pasar, pero siempre había un plato de sopa caliente para sus hijos, que era lo que le movía luchar por ellos.
Vivían en una céntrica calle de la ciudad, y por esas fechas se estaba celebrando la Semana Santa.
Era muy devota de la imagen del Descendimiento y como tal, se estaba acicalando un poco para salir a la calle y poder contemplar con sus hijos tal momento religioso.
Pero algo raro pasaba en su interior y parecía baticinarle lo que se venía oliendo desde hacía días... - verás como la joia niña se nos presenta aquí antes de tiempo¡¡¡.
Y así fue, porque cuando se disponía a subir su calle de camino a la tumultuosidad de la gente para gozar de la procesión, comenzó a tener contracciones fuertes y muy seguidas que no le dejaron más remedio que acabar con sus huesos en el hospital.
Llegó con su propio pie, fue un parto bastante duro y complicado pero ella sentía además de un dolor de madre, el que se siente cuando estas pariendo un hijo, el dolor de no poder ver a su Cristo como lo paseaban en procesión: -No se preocupe mujer, si todos los años por estas fechas lo verá pasar... ahora preocupese de que su hijo nazca bien¡¡¡, le decía un doctor con un poco de malas pulgas.
De repente se escucha un quejido pequeño y se vislumbra una criatura morena de piel y llorona como ella sola, por la que a Valentina se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja tras el cansancio y la dureza.
Se la pusieron en sus brazos y en ese momento entro su hermana mayor, Maruja, a la cual le presentó su madre a su nueva hermana: -se llamará Pilar, y tal y como ha venido al mundo, va a dar guerra a más de uno y una, asi es que cuidado con mi niña. La dió un beso grande y la enfermera se la llevó a la cunita.
Afuera, tras la ventana de la sala del paritorio donde aún se encontraba Valentina, se veía y escuchaba como la maraña de nazarenos y tambores hacían su presencia frente al hospital, y ella, a pesar del cansancio, el dolor, y casi con las visceras saliendoles medio afuera, se sentó de un golpe, se puso unas zapatillas y se bajo al portón de salida del hospital, frente a la mirada absorta de los médicos y enfermeras que le intentaban aconsejar que no era lo ideal.
Una vez afuera, el olor a incienso, claveles y vela quemada, daba paso al gran paso llevado por los costaleros que justo cuando pasaron frente a Valentina, se le derramó una lágrima, agachó la cabeza suavemente, se santiguó y con voz baja le dijo: -gracias mi Cristo, por haberme dado una gran familia a la que desde hoy tambien se une mi pequeña Pilar... gracias¡¡

"A mi abuela Mª Valentina del Reposo que tambien supo escoger su camino, nada fácil... pero que vivio para y por sus hijos y nietos hasta el final".

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